Tomado de: http://www.elmundo.com/portal/resultados/detalles/?idx=49258#.Vy6vJPl97IV
Autor: Mauricio Andrés Palacio Betancur
“Estuve en Old Baldy”
Autor: Mauricio Andrés Palacio Betancur
1 de Abril de 2007
Los veteranos de la guerra de Corea desfilaron ayer por las calles de Medellín, en un homenaje que cada mes de marzo les hace la Cuarta Brigada. Los héroes de Old Baldy vuelven a uniformarse, pero esta vez para ser homenajeados. Una historia de la guerra, la vida y la muerte.
Solo cuando vio a lo lejos los destellos provenientes de las líneas de combate supo que no había vuelta atrás. Él solo pensaba en qué se había metido, a sabiendas de que Colombia estaba a un mes de distancia en barco, partiendo desde Cartagena, cruzando el Canal de Panamá, atracando en los puertos de Hawai, para posteriormente coger rumbo en el mismo navío hacia Japón y finalmente desembarcar en el puerto de Pusan, su destino en Corea del Sur.
21 de mayo de 1951, inicialmente, mil sesenta hombres al mando del coronel Jaime Polaina Pullo, comandante del Batallón Colombia pisaron tierras coreanas con un único fin, luchar.
Hildebrando Vélez Velásquez recuerda cuando disparó por primera vez un arma, teniendo apenas 16 años. Colombia estaba convulsionado. La violencia en el país acababa de estallar con el cruento asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Durante un año, Hildebrando combatió las guerrillas en las montañas cafeteras, pero ante la propuesta él no titubeó. En el furor del otoño de 1952 decidió embarcarse en el séptimo relevo del Batallón Colombia. “Yo me fui como voluntario, pero cuando uno llega a Corea ya le da nostalgia por estar en un país tan lejano”, comenta a sabiendas de que en Corea el enemigo era mucho más numeroso que en las montañas de los Andes.
Después de un entrenamiento de unos cuatro meses en Colombia que resultaron ser tres, más otras seis semanas de puro orden abierto en Corea del Sur, Hildebrando tomó su fusil M1 de 8 cartuchos y supo que era ya inevitable evadir los destellos que había visto desde el barco a su arribo, los mismos que esta vez vería pero sobre su cabeza.
El choque armado era inevitable, por eso un sacerdote impartía una bendición a toda las escuadras que saldrían a patrullar, porque a lo mejor ése sería el último aliciente en sus vidas.
Las batallas
El arrojo de los 5.100 soldados colombianos (4.314 de infantería y 786 de la marina) quienes batallaron en la guerra de Corea, que por cierto es la única guerra internacional en la que ha intervenido el país, les sirvió para ganarse el reconocimiento internacional como los mejores soldados del mundo.
“Me tocaron dos combates muy fuertes” expresa Hildebrando mientras se acomoda en su silla, preparándose para un gran discurso.
El calendario marcaba el 10 de marzo de 1953, cuando su pelotón fue destinado a la operación Cerro 180, punto estratégico para lograr el avance de las tropas, tanto que ese lugar “cambió de dueño unas 24 veces, es decir hubo unas 24 batallas”.
Pero ese solo fue el abrebocas para lo que se le venía al Batallón Colombia. Cerca de cuatro mil integrantes del Ejército Rojo lanzaron una gran ofensiva contra las tropas occidentales en lo que se denominó “El Triángulo de Hierro”. “Ese día atacaron tres puestos que fueron el Port Chop, el Old Baldy y Caballo Blanco, querían hacer un avance para llegar reforzados a la mesa de conferencias”, dice Hildebrando.
Dos días después de que él viera como 12 de sus compañeros yacían en el Cerro 180, Hildebrando fue encomendado a otra misión casi suicida. El Old Baldy esperaba por él.
Un fuego de artillería fue la bienvenida. Cuatrocientos compatriotas luchaban contra más de un millar de chinos.
Hasta el 23 de marzo, las tropas del Batallón Colombia estuvieron sitiados por las explosiones de la artillería. “Esos 11 días fueron muy fuertes, se dice que cayeron unas 1.500 bombas”, comenta.
En una de tantas funciones en el campo de batalla, Hildebrando conformó las patrullas de escucha, donde “encavados” armados con sus fusiles y un micrófono escuchaban cualquier movimiento sospechoso, que al mínimo indicio de presencia del enemigo, informaban las coordenadas y caía una abundante ráfaga de ametralladora. “Esos huecos tienen una numeración, entonces las ametralladoras están emplazadas hacia esos sitios. Si uno siente ruidos por un paso de tropas informa que de ese puesto de escucha está pasando tropa enemiga, entonces empiezan a disparar las ametralladoras”.
Sin embargo no siempre era así. Al terminar sus raciones C7 (siete tarros con sopa, carne, fríjoles y otros alimentos) las latas terminaban regadas por el campo de batalla. “Eso se llenaba de ratas por todas partes y muchas veces uno confundía el paso de tropas con esos animales y se disparaban las ráfagas”, recuerda Hildebrando con una sutil sonrisa.
Ante el feroz ataque del Batallón Colombia, el Ejército Chino anunciaba mediante parlantes: “Colombianos ustedes qué hacen acá, vinieron a matarnos, vinieron a ayudarle al imperialismo yanqui. Nosotros no somos sus enemigos, ustedes son de un país muy lejano, por qué están aquí asesinándonos”. Pero ellos no titubeaban ante el ataque psicológico. “nosotros disparábamos las ametralladoras hacia ese sitio y ahí mismo cambiaban el parlante para otro lugar. Nos mantenían desesperados con eso y era casi todos los días que nos ponían esos parlantes”, evoca.
Máquina de matar
Los ataques arreciaban cada vez más. Aunque las balas zumbaban de un lado a otro, Hildebrando nunca supo si de su fusil salieron balas de muerte. “uno no sabe si fue el arma de uno que lo eliminó o si fue la del compañero; no puedo decir maté 50 o 100 chinos. Yo puedo decir maté una persona cuando estoy solo”.
Y así ocurrió. En medio de la noche la munición escaseaba. Los chinos dieron una bocanada de opio y tras un grito de guerra salieron a la ofensiva. Ya encima del frente aliado, a punta de bayoneta calada, los colombianos acabaron con el enemigo. “Eso es tenaz pero uno cuando empieza el combate siente un poco de miedo pero después se vuelve un ente ahí. Una máquina de matar”. Hildebrando deja escapar un suspiro.
Él asegura que en ese momento no hay tiempo para pensar en Santos. “Hay mucha gente que dice que en todo el combate le hace sino pedir a la Virgen y a todos los Santos de más devoción, pero uno no se acuerda de nada en medio en un mare mágnum de esos. Es impresionante, eso es una locura lo que lo coge a uno. Uno trata de eliminar el mayor número de enemigos”.
Post guerra
Los soldados del Batallón Colombia cumplieron con las misiones encomendadas más allá de su deber, dejando en alto el nombre del país, aunque con un costo demasiado alto. 131 hombres murieron en enfrentamientos, 428 resultaron heridos, 69 desaparecieron y 28 cayeron como prisioneros.
De esos, solo en Old Baldy murieron 95 compatriotas, 97 resultaron heridos y todos los prisioneros los aportó esta batalla, sumados a los 500 chinos muertos, según lo reportó para la fecha el servicio de inteligencia norteamericano. “Es muy duro ver una cantidad de compañeros destrozados; manos, piernas, cabezas por todas partes, eso es enloquecedor. No sé por qué sale uno vivo de una cosa de esas. A la fecha no se cómo salí vivo de allá y todos los que estuvimos en la guerra decimos lo mismo”.
La batalla de Old Baldy marcó el inicio del fin de la guerra de Corea. El 27 de julio de 1953 se establece la línea del armisticio y se dio por terminada una guerra en la que los Colombianos siempre serán recordados como “los mejores soldados del mundo”, por eso Hildebrando dice con orgullo “Estuve en Old Baldy”.